El Señor está en su santo templo, su Iglesia, la celestial. La tierra calla, el hombre calla delante de Él. (Hab 2 : 20)
Que la Iglesia sea realmente el lugar de Su Trono, donde el Señor, en toda su gloria, habite entre nosotros (Ez 43 : 4 - 7). El Señor escribió su ley en dos tablas de piedra; tablas del testimonio, "escritas con el dedo de Dios" (Ex 31 : 18).
"Porque no hay acepción de personas para con Dios. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados." ¿Qué, pues? ¿Quién es mejor?, "...ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado" (Ro 2 : 11 - 12; 3 : 9).
Cuando no se ha humillado el corazón, sino contra el Señor del cielo nos hemos ensoberbecido, como el rey Belsasar (Dn 5 : 1 - 5 ; 22 - 28); y sabiendo que nuestra vida y nuestros caminos están en su mano, y aún así no le honramos, entonces de la presencia del Señor sale su mano que traza una sentencia que pone fin a nuestro gobierno personal, porque él ha pesado nuestro corazón, y hemos sido hallados faltos. Es tiempo de que el dedo de Dios, el Espíritu Santo, eche fuera todo mal de nuestra vida, si nuestra conciencia, nuestro corazón, recibe la escritura del Señor y llega su reino a nuestra vida (Lc 11 : 20).
El Señor enseñaba en el templo, y le trajeron una mujer sorprendida en adulterio, y la pusieron en medio. Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Él se endereza: su palabra llega a nuestro corazón, que es la tierra donde debe caer su semilla, la palabra del reino de los cielos, para dar fruto para él (Mt 13 : 19 - 23).
¿Está alguno de nosotros sin pecado? Como dirá Juan a la Iglesia: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1 : 8).
El Señor hoy sigue escribiendo, por su Espíritu, en nuestra mente y en nuestro corazón, su nuevo pacto en su sangre, que es propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo (1 Jn 2 : 1 - 2). Ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, porque ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo (Ap 12 : 10).
Amén.
Pr. David Carrera O.